Treinta y nueve actores, varios técnicos y dos directores llevaron al escenario la universal obra de Valle-Inclán
Como suele cada mes de diciembre para completar su programación anual —no fue excepción este 2025 que expira, en el que ha celebrado el vigésimo aniversario desde su nacimiento—, la asociación cultural Ars Creatio representó una de las obras más significativas de un dramaturgo clásico español. El jueves 18, el Teatro Municipal de Torrevieja, repleto de público —asistieron los concejales Rosario Martínez Chazarra, José Antonio Quesada, Domingo Paredes, Ricardo Recuero y Gitte Lund Thomsen—, volvió a situar la meta de un trabajo desarrollado durante seis meses, en el que, además de las incompatibilidades horarias de un grupo de (más de cuarenta) aficionados, hubo que sortear las indisposiciones típicas del otoño que llama al invierno. En esta especial ocasión se añadía a las dificultades la elección del género: después de varias sesiones dedicadas al humor, la versatilidad de los actores se ha puesto a prueba con Luces de bohemia.
Aunque los derroteros de la especie humana, incluso con sus desvaríos y sus mezquindades, se han contado siempre en cualquier tono, su propio autor consideraba el esperpento como la modalidad que «consiste en buscar el lado cómico en lo trágico de la vida». Tuvo un llamativo recorrido este texto de Valle-Inclán: publicado en una primera versión por entregas semanales entre julio y octubre de 1920, en 1924 fue editada, con tres escenas más, la versión definitiva. Llama la atención que hubiera que esperar hasta marzo de 1963 para ver su estreno en teatro, pero en uno de París, con el título traducido de Lumières de bohème. En octubre de 1970, con dos grandes como José María Rodero y Agustín González en los papeles protagonistas, fue llevada por fin a un escenario español, concretamente el del Teatro Principal de Valencia.
Llena de nombres y de lugares, reales o ficticios identificados con reales, Luces de bohemia critica con el mayor desgarro las injusticias de la España de la época (y de todas las épocas), a causa de los abusos del poder y la decadencia social, mediante el paso de sus personajes por la sordidez de una noche madrileña en una humilde morada de la calle Bastardillos y locales aledaños. En ella se cuentan las últimas horas de Máximo Estrella —inspirado en el periodista y escritor Alejandro Sawa, casado con una francesa y padre de una hija, que en 1909 murió ciego, sin empleo, con la razón perdida y un libro inédito—, acompañado de su «parte negativa», don Latino de Hispalis, un «escudero» aparentemente a su servicio pero que se arrima para extraer provecho, de la manera que pueda, de la periclitada fama de su amigo. Hay menciones de dirigentes (el rey Alfonso XIII, los presidentes Manuel García Prieto y Antonio Maura) con toda la crudeza en la consideración de los personajes; y entre las literarias, destacan las de Rubén Darío (considerado el padre del modernismo, y a quien el propio Valle, por carta, había pedido ayuda para la memoria del citado Sawa tras su entierro) y de Benito Pérez Galdós, tal como lo apodaban sus detractores (el Garbancero), sin remilgos pese a la proximidad del fallecimiento de ambos (febrero de 1916 y enero de 1920, respectivamente).
La aventurera y agitada vida del nacido como Ramón José Simón Valle y Peña lo había llevado a protagonizar episodios relevantes; basten como ejemplos sus estancias en México, o la pérdida de su brazo izquierdo tras un duelo con un periodista, además de la detención por dar voces en las tabernas contra su contemporáneo Miguel Primo de Rivera, suceso con evidentes concomitancias con uno de los pasajes escritos, poco después, en Luces de bohemia. En cuanto al menos tratado aspecto de la intriga, su pizquita de género policiaco, de la escena final —no la destriparemos aquí por si desea conocer la obra algún lector que no la haya visitado—, Valle-Inclán deja a la inteligencia del espectador tanto la posible causa como los posibles causantes de la muerte de dos mujeres, incidiendo aún más en la cochambre de algunos llamados humanos que maquinan entre las veleidades de la fortuna.
Esta obra, con motivo de cumplirse el centenario de su publicación, fue repuesta el pasado año en el Teatro Español de Madrid, y también se anuncia para el próximo 2026, entre enero y marzo. La versión torrevejense arscreatiana contó con treinta y nueve actores —que, como viene siendo habitual y por los mencionados motivos, sólo coincidieron el día de la representación—, varios técnicos y dos directores entregados desde julio a este empeño, sin escatimar en jornadas nocturnas prolongadas a las laborales, desplazamientos desde otras ciudades o sustituciones eventuales en los ensayos. La estructura del libreto, dividido en escenas, permitió montarlas por separado según agendas y obligaciones externas, salvo para los dos auténticos colosos de esta extenuante empresa, que dieron el callo en todas las convocatorias: Alejandro Blanco y Juan Antonio López se identificaron con los respectivos personajes de Max Estrella y don Latino de Hispalis, demostrando sus ya acreditadas cualidades en tamaña exigencia —hasta verter sangre, y no es metáfora—, tanto en texto como en matices y en permanencia sobre las tablas, como se requeriría de cualquier profesional. Rodeados del resto del grupo, bien podríamos afirmar, rotundamente, que su actuación fue mucho más que «¡admirable!». En el aspecto técnico, los efectos de imagen y sonido y los trece rápidos y coordinados cambios de decorado completaron un trabajo colectivo en el que se implicó una cincuentena de personas, y que fue premiado con la ovación de los espectadores puestos en pie.
Dicen que los clásicos lo son porque nunca pasan de moda, y por eso precisamente se mantienen como tales. Probablemente su habilidad radique en tratar sobre lo mismo de siempre desde unos puntos de vista innovadores, o de una manera que entretenga o capte la atención de los públicos de cada tiempo. Los temas principales: la corrupción política, la degradación institucional, la prensa servil, la injusticia social o la villanía humana campaban en los años 20 del siglo XX…, como campan asimismo en los años 20 del siglo XXI. «¡Buena está España!». Y ¿cuándo no lo ha estado? «En España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza». Sobran ejemplos actuales. Valle-Inclán también afirmaba, por boca del agonizante Max Estrella, que «España es una deformación grotesca de la civilización europea». Quizá lo único que cabría señalarle hoy al villanovense de «cráneo privilegiado» es que se le quedara pequeño el mapa: a estas alturas, mucho nos tememos que la propia civilización europea, en su totalidad, sea ya una deformación grotesca todavía mayor. ¿En qué se habrá convertido en los años 20 del siglo XXII? «¡Válgame un santo de palo!».
Luces de bohemia
(esperpento de Ramón María del Valle-Inclán)
Personajes
Max Estrella: Alejandro Blanco Vega
Madama Collet: Marisol Cos Delgado
Claudinita: Esther Elkouss Coronas
Don Latino de Hispalis: Juan Antonio López Jordán
Zaratustra: Francisco Manuel Sánchez Fernández
Don Gay Peregrino: Antonio Pérez Boj
Un chico: Violeta Gálvez Torres
Otro chico: Carla Gálvez Torres
La chica de la portera: Elisabeth Atamanenko
Pica Lagartos: Eliseo Pérez Gracia
Un mozo de taberna: Carlos Sánchez Munuera
Enriqueta la Pisa-bien: Carolina Martínez López
El Rey de Portugal: Jaime Sanchís Gómez
Zacarías: Damián Romero Pérez
Dorio de Gádex: Pablo Vílchez García
Clarinito: Manuel Sánchez Martínez
Pérez: Pablo Hernández Ferrández
El capitán Pitito: Javier Nieto Roca
Un sereno: Enrique Fernández Valdés
Guardia: José Miguel Toro Carrasco
Serafín el Bonito: Ferrán Alarcón Correcher
Un preso: Antonio Manuel Berná Ortigosa
Don Filiberto, redactor jefe: Javier Nieto Roca
El ministro de la Gobernación: Andrés Iglesias Castelao
Dieguito, secretario de Su Excelencia: Federico Alarcón Martínez
El ujier: Germán Gutiérrez Gómez
La Cotillona: Amparo Moreno Viudes
La Lunares: María Belén Pérez Queipo
Rubén Darío: Antonio Sala Buades
Un joven desconocido: Enzo Blanco Pérez
Romualda: María José García Marcos
La empeñista: Marina Gallud Carbonell
Una portera: Carolina Medina Martín
Una vecina: Trini Gómez Pérez
La costurera: Paqui Delgado Cano
La señá Flora: Emma Pérez Beviá
La Cuca: María Luisa Molina Gallego
Basilio Soulinake: Héctor Lucas García
El Pollo del pay-pay: Juan de Dios Conesa Girona
La Pacona: Ana Meléndez Zomeño
Equipo técnico, decorados y atrezo
Emma Pérez Beviá, Laura Gutiérrez Gómez, Antonio Ruiz Hurtado, Marisol Cos Delgado, José Antonio Vallejos González y José Miguel Toro Carrasco
Cartel
César Rodríguez Mateo y Natividad Pérez
Vestuario
Ars Creatio
Maquillaje
María José Conesa Bleda e Inés Martínez Conesa
Dirección
Josefina Nieto Gómez y Eliseo Pérez Gracia
Colaboraciones especiales
Carlos Urrutia, Museo de la Imprenta, Real Club Náutico de Torrevieja, Sociedad Cultural Casino y Berbois S. L.
Antonio Sala Buades